Siempre que hablo de gafas graduadas me acuerdo de una anciana que conocí. Esta señora estaba harta de cambiar de gafas, y cada dos por tres estaba en la óptica para que se las repararan, o le volvieran a colocar el cristal de las lentes que se le caía. Y no es que fuera descuidada con ellas, ni mucho menos, todo lo contrario: como la mayoría de personas mayores, era muy cuidadosa con sus gafas, porque precisamente eran caras (y aparte de la graduación, tenía lentes fotocromáticas y bifocales, lo cual encarecía más su precio).
Acabé por colocarle unos tornillos que aseguré con pegamento, con el inconveniente que la señora tenía que guardarlas sin poderle plegar las patillas. Aún así, cada dos por tres volvía a mí para que le apretara unos tornillos que no tenían más apriete posible. Se las remendaba para que le durasen un par de semanas más, que era todo cuanto yo podía hacerle.
Ahora que empieza el colegio, probablemente muchos padres estarán temblando y mordiéndose las uñas para que sus hijos, que usen gafas, no las dañen y sean muy cuidadosos con ellas. Yo desde pequeño uso gafas, y las que llevé en la antigua EGB nunca tuve que cambiarlas. Eso, como bien sabéis todos los que hayáis vivido aquellos tiempos sin Internet ni consolas, es decir mucho para niños que, con nuestra edad, siempre estábamos en la calle y los golpes y caídas era lo más común cada jornada.
Mis gafas, compradas en una óptica del pueblo, no eran espectaculares, eran de metal y con acabado plateado, pero eran robustas un rato. Las odiaba (lo confieso), pero aguantaron largos años y muchas horas sobre mi piel.
Ahora sigo necesitando gafas, pero solo me las pongo para leer. Las que usaba por la calle, tras adquirir varias, todas acabaron dañadas de una u otra forma, por lo que me cansé de gastarme varios cientos de euros cada poco.
Otro tanto puedo contar de mi hermana, la cual decidió pasarse a las lentillas tras habérsele partido a las primeras de cambio sus recién estrenadas gafas.
Cada poco tiempo surge la discusión de si las gafas graduadas, al ser una necesidad básica de salud pública, deberían entrar en la Seguridad Social o ser, de alguna forma, subvencionadas. No estamos hablando de que el Estado subvencione modelos de Chanel, por supuesto, pero sí que haya al menos un par o cuatro modelos, dos de hombre y dos de mujer (y algunos más de niños), fabricados por alguna empresa española, disponibles para aquellos que no pueden permitirse el lujo de adquirir gafas nuevas cada tres, seis o nueve meses al año. Unas gafas robustas y duraderas, elegidas en concurso público de la misma forma que ahora se adquieren vacunas o medicamentos. No obstante, si ahora ni siquiera la salud dental y prótesis entran en la Seguridad Social (cosa que antes, en tiempos franquistas, sí entraba), dudo mucho que lo hagan las gafas, aunque sean un elemento básico e imprescindible de salud ocular.
No entiendo por qué, ademas, los fabricantes de hoy, incluso los generalistas como Multiópticas y similares, no pueden (más bien "no quieren") hacer gafas duraderas. Obviamente la razón es que no les interesa. Hay gafas que no necesitan tornillo alguno, y que, realizadas en nylon de gran calidad, resisten un número de usos prácticamente ilimitado. Sin embargo, hoy en día es principalmente la estética lo que las marcas destacan, y eso a pesar de que las formas básicas de los marcos de gafas (ovaladas, rectangulares, redondas...) prácticamente no ha variado nada desde hace muchísimos años. Lo único que ha variado es la moda de llevar un estilo u otro, pero no la estética de la forma de la gafa en sí.
A esto hay que añadir el asombroso incremento del precio de unas gafas, que hace imposible que se puedan adquirir gafas de marca, a no ser que manejes mucho dinero. Las mías, pongo por ejemplo, con unos cristales lo más básicos posibles (ni minerales, ni fotocromáticos, ni con filtro azul o "cosas raras"), y con montura generalista, se van a más de doscientos euros. Los ópticos (más bien las ópticas, es decir, las tiendas) se aprovechan de que es algo necesario, obligatorio y que uno tiene que adquirir por salud y sin remedio, para llevar los precios a las nubes. No se preocupan que hay pensionistas que tienen que ahorrar durante un año para comprarse sus gafas, o parados que tienen que elegir entre comer, pagar el alquiler, o comprarse las gafas. Por eso, cada vez conozco más casos donde, simplemente, no las usan porque no pueden pagarlas. Esto es grave, y mientras la sociedad se deja atontar por las gilipolleces de los políticos de turno, entretenida por la diada o el referéndum en Cataluña, los que dicen ser nuestros representantes públicos se frotan las manos al ver que sus gabinetes de estrategia logran que la población se olvide de los problemas reales que les atañen.
Me hace gracia -por no decir que, honestamente, me causa repugnancia e indignación- cómo pierden muchos su tiempo dedicándose a debatir, a estas alturas de la película, si Cataluña dejará de ser española o no. Me pregunto qué pasaría si todas esas personas que tanto pierden su tiempo en discutir estas boberías tanto en Internet como en las tabernas, tuvieran problemas de verdad, y no hablo de no poder llenar la cesta de la compra, que también, sino de problemas de salud como el que mencionamos en este post. Obviamente parece ser que en España hay mucha gente aburrida y sin ninguna cosa que hacer.
Supongo que para esta sociedad, levantada sobre el barro y la miseria de muchas personas inocentes, que fabricantes y marcas de gafas se aprovechen de una necesidad imperiosa para ofrecer productos malos, caducos -pero bonitos-, no les parece un tema de debate importante. Con esto, por desgracia (porque interesa, e interesa a muchos que así sea) no se abren telediarios ni se dedican suculentos reportajes en los medios periodísticos de masas.
Pero volviendo al tema principal, que es lo que interesa, es bastante descorazonador ver cómo publicidad engañosa de ópticas, y de franquicias de ópticas, venden gafas con poco o nulo criterio y sin ningún control (yo he sufrido a ese tipo de ópticos, que no saben siquiera realizar una medición interpupilar correctamente) se aprovechan de una necesidad sanitaria y de un acto (el de la graduación de la vista) que debería ser llevado por profesionales. Dado que las listas de espera para esta consulta es interminable, de varios meses, la mayoría opta por no pasar por el oftalmólogo. De esto, que sí es un problema real y que atañe a todos, nadie parece preocuparse.
Me parecían (y me parecen) patéticas aquellas campañas, de alguna que otra óptica famosa, en donde varias personas de bata blanca simulando ser ópticos expertos iban por pueblos y aldeas con la excusa de graduar la vista, y no era mas que una estrategia para venderte sus gafas: todo el mundo que pasaba por sus manos y entraba en el autobús necesitaba gafas, y todo el mundo tenía que salir de allí con gafas.
A mí me ocurrió una vez, cuando era estudiante, que en una de esas campañas nos llevaron a un autobús de óptica itinerante para revisarnos la vista. Da la casualidad que hacía poco me la habían graduado en un centro médico un oftalmólogo, y no un óptico. Pues bien, ellos me dijeron que no solo me la habían graduado mal, sino que las gafas que tenía no eran las que necesitaba. O sea, tenía que adquirirles otras a ellos. Como veis, mucha cara sí le ponían.
No obstante tampoco voy a negar que ese tipo de campañas, cuando se realizan de forma seria y por organizaciones médicas (y no por una firma privada que vende gafas, como por desgracia suele ocurrir) son muy útiles, y en ellas se descubren problemas visuales a niños cuyos padres están un tanto "despreocupados" sobre la buena vista de sus hijos. El problema es que, aparte de darles a los pequeños un papel con la recomendación de que deben usar gafas, poco más hacen. Estas campañas suelen realizarse en colegios, y una vez llega el niño con el papel de la recomendación a sus padres, muchos de sus progenitores los ignoran y los rompen. Lo bueno y lo útil sería, pues, y aprovechándose de los medios informáticos actuales, que esa recomendación pasase al historial del pequeño, y cada vez que sus padres lo llevasen al médico, éste les recordase la necesidad de la corrección visual de su hijo.
Como veis, en este tema queda mucho camino por recorrer, por desgracia mucho aún que hacer, y mucho que corregir. Claro que muchos padres, por triste que sea decirlo, preferirán que su hijo se quede ciego, antes de que Cataluña se separe de España, que esa parece ser la preocupación ineludible e imperiosa del mundo entero, sin la cual nadie puede sobrevivir. ¡Cómo nos manipulan, y qué bien se lo pasan los políticos, viendo qué fácilmente se siembra el odio entre los pueblos, mientras ellos llenan la panza en sus palacios! Y lo peor: ¡cómo nos dejamos manipular!
| Redacción: esRevistas.com / esRevistas.blogspot.com
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