8 mar 2019

Unamuno con un smartphone


Hace poco se publicó un libro inédito de Unamuno, un texto que se centraba en los viajes que este poeta y filósofo realizó junto a su tío por Europa, en 1889, cuando contaba con 25 años de edad. En el viaje, visitaron Italia, Suiza y París, entre otros lugares.

Parece ser que Unamuno, antes de partir de España, adquirió en Barcelona los dos cuadernos de notas que llenó con sus experiencias y pensamientos. Por lo que se puede deducir, en aquel tiempo los cuadernos de notas debían ser notoriamente más voluminosos que los actuales, porque el libro que acaba de aparecer tiene unas 300 hojas en letra impresa, eso supone al menos 400 hojas de letra escrita, estaríamos hablando de cuadernos de unas 200 páginas, algo muy difícil de encontrar (por no decir imposible) en las papelerías hoy.




Aunque se sabía de su existencia, esos textos se perdieron, hasta que un coleccionista pudo dar con ellos. Me pregunto qué habría pasado si, en lugar de cuadernos, Unamuno hubiese adquirido en Barcelona -de ser posible, claro- una tarjeta de memoria para su smartphone, o un pendrive para su portátil, ¿habríamos podido recuperar esos textos después de tan largo tiempo? Juguemos un poco a hacer conjeturas.

Si fuese en una tarjeta de memoria, probablemente habría pasado sus datos a un pendrive para seguir usando la tarjeta con otras cosas en el smartphone. En el pendrive puede, si se hubiera preocupado en hacerlo (tarea ingrata) que hubiese ido a una copistería a imprimir sus páginas, o tal vez las imprimiese él mismo. En cuyo caso tal vez sí podrían haberse salvado esas copias.


Pero aparte de eso, tal vez no podríamos disfrutar de la frescura e inmediatez de sus escritos, recién experimentados, por falta de batería con su smartphone, o por que éste se le hubiera dañado (cosa posible en un viaje con tanto trasiego, más todavía en aquella época y, ambas, evitables en un cuaderno).

Ni qué decir tiene que, al igual que ocurrió con los textos, se hubiera dado el caso de que éstos dispositivos electrónicos se hubiesen perdido. Puede que quien los encontrase se hubiese arriesgado a mirarlos en un ordenador, de la misma manera, puede que al verlos los creyera sin ninguna importancia, los borrase o reutilizase la memoria para otros menesteres. O puede simplemente que ese pendrive o memoria, por humedad, malas condiciones de almacenamiento o daños físicos, ya no funcionase. Podría ser incluso que los nuevos sistemas operativos no fueran capaces de leerlo o, tampoco inverosímil, que los puertos antiguos no existieran en los ultracompactos PCs nuevos (prácticamente para la mayoría de tablets y smartphones se necesitan adaptadores especiales, cada uno "de su padre y de su madre", y ya no hay disqueteras, e incluso el puerto jack ha sido eliminado de smartphones como el iPhone, y se dice que hasta ese puerto tan común tiene ya los días contados; no mencionemos ya los puertos serie de los antiguos ratones o teclados).


Es cierto que, en el caso de que sufriera desperfectos la memoria portable, eso también puede ocurrir con un manuscrito, pero aunque se dañe parte, otra parte se podría seguir consultando (así se han logrado recuperar algunos textos de la historia, en fragmentos). En cualquier caso está claro que el pendrive tenía muchas menos probabilidades de conservar la información que el propio papel, fijémonos sino en el gran número de "posibles daños" que acabo de enumerar. Por algo la administración francesa, por ejemplo, está trasladando "de vuelta al papel" aquella información más importante.

Es obvio que el papel ocupa más, pesa más y es más inseguro (cualquiera puede acceder a su contenido y leerlo), pero, a su vez, es la única manera de momento conocida (y confirmada) de conservar por largo tiempo lo que escribimos. Eso o grabar en piedra.

Con Unamuno tuvimos suerte y se pudo recuperar su escrito. Puede que con los autores de hoy no tengamos tanta fortuna.


| Redacción: esRevistas.com / esRevistas.blogspot.com

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